terça-feira, 10 de abril de 2018
Em artigo publicado no Instituto Cato,
Alfredo Bullard observa que violar direitos individuais - como o da
propriedade privada - por decisão da maioria nada tem de democrático:
trata-se, na verdade, de uma tirania da maioria sobre o indivíduo:
Un grupo de 40
alumnos realiza una asamblea de clase. Jorge hace una propuesta:
“Mariano es el único de nosotros que tiene carro. Eso no es justo. Por
ello, solicito a la asamblea que se someta a votación democrática si el
carro de Mariano debe permanecer como un bien de su propiedad o debe ser
transferido a toda la clase como un bien común para que todos lo
podamos usar”.
Mariano reacciona de
inmediato: “¡Pero el carro es mío! ¡Eso no puede ser sometido a
votación!”. Las voces de sus compañeros pronto acallan la de Mariano.
“Así es la democracia”, dice uno. “Está para proteger el bien común”,
complementa otro. “Lo que piensa la mayoría debe prevalecer sobre el
interés de la minoría”, concluye un tercero.
Contra la protesta de
Mariano, se abre la votación. El resultado es predecible: 39 votos a
favor de convertir el carro de Mariano en bien común de todos. Un solo
voto en contra (obviamente el de Mariano).
Por supuesto que el
lector advertirá que hay algo raro en ese procedimiento “democrático”.
En realidad no es democrático. Es simplemente la tiranía de la mayoría.
Parte del interés de la mayoría de parasitar el esfuerzo y logros de un
individuo del grupo.
No es cierto que la
mayoría deba prevalecer sobre la minoría. Esa es una regla acotada a
ciertos asuntos vinculados con la esfera pública. En el campo de los
derechos individuales, sin embargo, el principio es que los derechos de
las personas priman sobre lo que quiera la mayoría. Por eso no se puede
torturar a sospechosos de terrorismo a pesar de que la mayoría esté de
acuerdo. Por eso no podemos ser privados de nuestros hijos porque el
Congreso decida que así va a ser. Y por eso la propiedad de los
individuos no puede ser confiscada porque una mayoría quiera usarla como
le plazca.
El parasitismo,
definido como la apropiación sin compensación del resultado del esfuerzo
ajeno, es pan de todos los días en el Gobierno y en el Congreso. Se
asume que la legitimidad democrática permite cualquier cosa.
Un ejemplo: hoy se
discuten en el Congreso una serie de proyectos de ley dirigidos a
obligar a los centros comerciales a no cobrar a los clientes que se
estacionen en sus playas y que buscan forzar a quien invirtió en una
infraestructura a compartirla gratuitamente. Por supuesto que no es
inusual que los centros comerciales no cobren, pero como parte de una
decisión de negocios y no como una imposición legal.
Medidas como obligar
por ley a un colegio o a una universidad a continuar educando a un
alumno así no se pague la pensión que él o su familia se comprometió a
pagar fuerza a permitir el uso de recursos por los que no se paga. Y
peor aun, obliga a quienes sí pagan sus pensiones a subsidiar a quienes
no pagan.
El reciente caso de
la canchita y los cines pretende forzar a quien invierte en un cine a no
poner límites de cómo se puede ingresar a su propiedad y cómo diseña su
negocio.
Cuando el Estado
declara, en abierto incumplimiento de las obligaciones contractuales que
tiene con los concesionarios, que deben eliminarse peajes con los que
el inversionista debía recuperar su inversión, está creando parásitos
que usan un servicio sin pagar por su costo.
Cuando un inquilino
no paga su alquiler y la ley le permite quedarse en uso de lo que no es
suyo está parasitando la propiedad ajena.
Las votaciones en el
Congreso o los decretos del Ejecutivo parecen legitimar, bajo un mal
entendido principio de la mayoría, lo que no tiene justificación.
En una sociedad de
parásitos el éxito es una maldición. Cuando mayores sean los resultados
de tu esfuerzo, mayor es la tentación de parasitar esos resultados
usando las mayorías democráticas de manera populista. El resultado es el
desincentivo del éxito y la privación de derechos legítimamente
adquiridos por quienes arriesgan tiempo y esfuerzo en crear algo nuevo.
El esfuerzo y la
inversión generan riqueza. Por eso, si uno crea esa riqueza es lógico
que pueda definir qué hacer con ella. Por supuesto que quienes no la
generaron pensarán que no es justo. Pero para ello deben antes
preguntarse qué les da derecho a disfrutar del éxito ajeno. Ese es el
inicio de una sociedad regida por la mediocridad. DO O.TAMBOSI
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